El sábado 9 de noviembre, la iglesia nazarena de Rotterdam resurgió con la segunda edición del “Caos Santo”, una celebración de la unidad en la diversidad, que reunió a congregaciones de habla portuguesa, búlgara y árabe de todos los Países Bajos.

Desde el momento en que llegaron los invitados, la calidez de la congregación búlgara marcó el tono con café, té y dulces caseros, creando un sentido de familia.

A medida que el salón de la iglesia se llenaba de asistentes de diversos orígenes culturales y lingüísticos, la atmósfera se animó con anticipación. La banda de adoración, compuesta por músicos de iglesias nazarenas de Rotterdam, tocó sus primeros acordes; y las voces se alzaron juntas en seis idiomas diferentes. 

"Nunca había visto nada igual", reflexionó más tarde Miriam, de Eslovaquia. "La gente cantaba en idiomas que ni siquiera entendían, conectándose a través de sus diferencias; fue hermoso. El amor de Dios nos unió a todos en ese momento".

A lo largo de la velada, las historias de fe y resiliencia ocuparon el centro del escenario. Un joven búlgaro compartió cómo Dios había transformado radicalmente su vida. Una niña con un atuendo tradicional búlgaro recitó el Salmo 117 en búlgaro y holandés, y su voz entrelazó los dos idiomas. 

Mientras tanto, una joven de la congregación de Emaús habló con franqueza sobre su camino de fe; y un miembro de la congregación de Utrecht reflexionó sobre los desafíos y el crecimiento que experimentaron durante la transición de la vida en un centro para solicitantes de asilo sirios.

Annemarie Snijders dirigió un taller sobre cómo navegar por la complejidad cultural, ofreciendo ideas prácticas para comprender y celebrar las diferencias. Luego, llegó un momento profundamente conmovedor: los participantes oraron el Padrenuestro, cada uno en su lengua materna. 

"Fue como ver un atisbo del cielo", dijo Carlin, uno de los estudiantes internacionales que asistieron al evento. "Personas de diferentes culturas, unidas en Cristo, alabando a Dios juntas: así es como imagino la eternidad".

La velada concluyó con Hadassa Stehouwer y José Gonçalves dirigiendo la Santa Cena, un recordatorio sagrado de la unidad que se encuentra en Cristo. Después, la congregación de Emaús sirvió una comida deliciosa que acercó a todos. 

"La comida fue increíble", compartió Juliana, de Alemania/Ecuador. "Pero más que eso, fue maravilloso experimentar la amabilidad de todos. Sentí que vi cómo se unen las iglesias holandesas".

--Iglesia del Nazareno Región Eurasia.